
Lo que he aprendido en mi relación con ellos es a ejercitar mi empatía, porque esa es la única manera de intuir cómo se sienten. He de salir de mi misma, llevar todos mis sentidos adentro de esos cuerpecitos y pensar cómo me sentiría yo en su situación. Cuando estás rodeada de personas a las que les ha tocado vivir una vida que no les da tregua, aprendes dos cosas:
● Tus valores, los cimientos de tu proyecto de vida se reducen: aprendes a priorizar. Para mí lo más importante es descubrir que quien precisamente nos libera de nuestras preocupaciones, nos despierta, son aquellas personas de las que nos olvidamos, las que están fuera del sistema.
● El segundo acontecimiento que te sacude es darte cuenta de que la naturaleza humana es generosa, y que estos niños, desde su “ausencia”, te enseñan. Ellos, que parecen tan ajenos a su alrededor, tienen el poder de bajarnos a la realidad. Esas personas que sufren se preguntan: ¿Por qué a mí?, pero aquellos que lo tienen todo no se interrogan nunca ese ¿por qué a mí? Es decir, tenemos la tendencia a pensar que cuando nos va bien ha sido porque nos lo hemos merecido, porque hemos trabajado para ello, porque es lo justo. Lo cierto es que yo no he hecho nada para haber nacido sin ninguna discapacidad, para haber nacido en una familia que ha cubierto todas mis necesidades, de la misma manera que cualquiera de los niños de Puntiti no ha hecho nada para haber nacido con retraso mental o parálisis cerebral, para ser rechazado y abandonado por sus padres o para depender de por vida de los cuidados de otras personas. Es entonces, en este punto, donde el concepto de justicia cobra más fuerza que nunca. Es aquí donde los “agraciados” tenemos que responder de alguna manera a nuestros hermanos y esa es la felicidad, compartir lo que tenemos, llevarlo a donde no llegó. Todo es un intercambio, un círculo. Cuando yo estaba con los niños había veces que me sorprendían con una sonrisa. De ese gesto llegaba el aliento que necesitaba para seguir luchando con ellos y por ellos Lo más bonito de este círculo es que en él siempre caben más miembros.
● Tus valores, los cimientos de tu proyecto de vida se reducen: aprendes a priorizar. Para mí lo más importante es descubrir que quien precisamente nos libera de nuestras preocupaciones, nos despierta, son aquellas personas de las que nos olvidamos, las que están fuera del sistema.
● El segundo acontecimiento que te sacude es darte cuenta de que la naturaleza humana es generosa, y que estos niños, desde su “ausencia”, te enseñan. Ellos, que parecen tan ajenos a su alrededor, tienen el poder de bajarnos a la realidad. Esas personas que sufren se preguntan: ¿Por qué a mí?, pero aquellos que lo tienen todo no se interrogan nunca ese ¿por qué a mí? Es decir, tenemos la tendencia a pensar que cuando nos va bien ha sido porque nos lo hemos merecido, porque hemos trabajado para ello, porque es lo justo. Lo cierto es que yo no he hecho nada para haber nacido sin ninguna discapacidad, para haber nacido en una familia que ha cubierto todas mis necesidades, de la misma manera que cualquiera de los niños de Puntiti no ha hecho nada para haber nacido con retraso mental o parálisis cerebral, para ser rechazado y abandonado por sus padres o para depender de por vida de los cuidados de otras personas. Es entonces, en este punto, donde el concepto de justicia cobra más fuerza que nunca. Es aquí donde los “agraciados” tenemos que responder de alguna manera a nuestros hermanos y esa es la felicidad, compartir lo que tenemos, llevarlo a donde no llegó. Todo es un intercambio, un círculo. Cuando yo estaba con los niños había veces que me sorprendían con una sonrisa. De ese gesto llegaba el aliento que necesitaba para seguir luchando con ellos y por ellos Lo más bonito de este círculo es que en él siempre caben más miembros.
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